16 de junio de 2013

Imborrable Cósimo...



Ciertos aeronautas ingleses hacían experiencias de vuelo en mongolfiera sobre la
costa. Era un hermoso globo, adornado con flecos y franjas y borlas, con una barquilla de
mimbre colgada: y dentro dos oficiales con charreteras de oro y agudos bicornios miraban
con anteojos el paisaje que tenían debajo. Dirigieron los anteojos a la plaza, observando                              al hombre  del árbol, la sábana extendida, el gentío, aspectos extraños del mundo.

También Cósimo había alzado la cabeza, y miraba con atención el globo.
Cuando de pronto la mongolfiera fue cogida por una racha de lebeche (nombre de viento);               comenzó correr con el viento girando como una peonza, e iba hacia el mar. Los aeronautas, sin
perder el ánimo, se afanaban por reducir - creo - la presión del globo y al mismo tiempo
arrojaron el ancla para tratar de aferrarse a algún agarradero. El ancla volaba plateada en
el cielo colgada de una larga cuerda, y al seguir oblicuamente la carrera del globo ahora
pasaba sobre la plaza, y estaba poco más o menos a la altura de la cima del nogal, hasta
el punto de que temimos que golpeara a Cósimo. Pero no podíamos suponer lo que un
instante después verían nuestros ojos.

El agonizante Cósimo, en el momento en que la soga del ancla le pasó cerca, pegó un
salto de aquellos que le eran habituales en su juventud, se agarró a la cuerda, con los
pies en el ancla y el cuerpo encogido, y así lo vimos volar lejos, arrastrado por el viento,
frenando apenas la carrera del globo, y desaparecer hacia el mar...
La mongolfiera, tras atravesar el golfo, consiguió aterrizar luego en la otra orilla.
Colgada de la cuerda estaba sólo el ancla. Los aeronautas, demasiado ocupados en
mantener el rumbo, no se habían dado cuenta de nada. Se supuso que el viejo moribundo
había desaparecido mientras volaba en medio del golfo.

Así desapareció Cósimo, y no nos dio siquiera la satisfacción de verlo volver a la tierra
muerto. En la tumba de la familia hay una estela que lo recuerda con el escrito:

«Cósimo Piovasco de Rondó - Vivió en los árboles - Amó siempre la tierra - Subió al cielo.»


El Varón Rampante, de Ítalo Calvino.



Libro que leí en el cole, de aquellos obligatorios y que tan profundamente me marcó, una marca de las buenas, de las imborrables...

Es la aventura del hijo mayor de un Varón italiano del siglo XVIII, que en un acto de rebeldía ante una injunsticia de su fastidioso padre, decide subirse a un gran árbol como protesta y negándose a bajar, pese  a sus  reiteradas órdenes y súplicas de su madre, pasará sobre ellos el resto de sus días. Desde los árboles descubrirá otro mundo, por ellos viajará y vivirá una vida no exenta de sufrimientos y dificultades, pero del todo  diferente y plena, impensable en cualquier circunstancia, cuanto más en una familia acomodada del XVIII.

Un libro bueno, mágico y original, naturalista, ecológico, redondo, una vida ejemplar en todos sus actos... Qué impresionó a un crío como yo, de trece años. 

Espero que le halláis leído (y si no, nunca es tarde), siento de todas todas, haberos fastidiado el final...(O no, no lo sé, je je...). Un epitafio y final tan bello. 

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