29 de enero de 2012

El mundo en la agonía.

Debo reconocer que la elección del tema para mi discurso de ingreso a la Academia no me ha sido fácil. El carácter literario de la misma, me empujaba, casi fatalmente, en este sentido. Pero, ¿cómo meterme en literaturas ante un auditorio tan competente en esta materia? Estaba, por otra parte, la actitud de mis compañeros periodistas, después de mi elección, poniendo el acento en mi vocación campestre; "Un cazador  a la Academia", "Del campo a la Academia", "Un cazador que escribe", fueron titulares frecuentes en diarios y revistas en aquella efemérides. ¿No estarían ellos, al sentar en estas afirmaciones verdaderas, abriéndome el cauce por donde mis palabras deberían discurrir? ¿Por qué no traer a la Academia una de las preocupaciones fundamentales, si no la principal, que ha inspirado desde hace cinco lustros mi carrera de escritor?¿No es mi concepto del progreso algo que está en palmaria contradicción con lo que viene entendiéndose por progreso en el mundo de nuestros días?¿Por qué no  aprovechar tan alto auditorio para unir mi voz a la protesta contra la brutal agresión a la Naturaleza que las sociedades llamadas civilizadas vienen perpetrando mediante una tecnología desbridada?

He aquí, en pocas palabras, la génesis de mi discurso de esta tarde. Cuando hace cinco lustros escribí mi novela El Camino, donde un muchachito, Daniel, el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel, el Mochuelo, era  a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional. Posteriormente mi oposición  al sentido moderno del progreso y a las relaciones Hombre-Naturaleza se ha ido haciendo más acre y radical hasta abocar a mi novela Parábola del náufrago, donde el poder del dinero y la organización -quintaesencia de este progreso- termina por convertir en borrego a un hombre sensible, mientras la Naturaleza mancillada, harta de servir de campo de experiencias al la química  y la mecánica, se alza contra el Hombre en abierta hostilidad. En esta fábula venía a sintetizar mi más honda inquietud actual, inquietud que, humildemente, vengo a compartir con unos centenares -pocos- de naturalistas en el mundo entero. Para algunos de estos hombres la Humanidad no tiene sino una posibilidad de Supervivencia, según declararon en el Manifiesto de Roma: frenar su desarrollo y organizar la vida comunitaria sobre bases diferentes a las que hasta hoy han prevalecido. De no hacerlo así, consumaremos el suicidio colectivo en un plazo relativamente breve.Su racionamiento es simple. La industria se nutre de la Naturaleza, y la envenena y, al propio tiempo, propende a desarrollarse en complejos cada vez más amplios, con lo que llegará en que la Naturaleza sea sacrificada a la tecnología. Pero si el hombre precisa de aquélla, es obvio que se impone un replanteamiento. Nace así el Manifiesto por la Supervivencia, un programa que pese a sus ribetes utópicos, es a juicio de los firmantes la única alternativa que le queda al hombre contemporáneo.Según él: 
1.El hombre debe retornar a la vida en pequeñas comunidades autoaministradas y autosuficientes,
2.En los países evolucionados se impondrán el "desarrollo cero" y procurarán que los pueblos atrasados se desarrollen equilibradamente sin incurrir en sus errores de base.
Esto  no supondría renunciar a la técnica, sino ponerle bridas, SOMETERLA A LAS NECESIDADES DEL HOMBRE Y NO IMPONERLA COMO META.
De esta manera, la actividad industrial  no vendría dictada por la sed de poder de un Capitalismo de Estado ni por la codicia veleidosa de una minoría de grandes capitalistas. Sería un servicio al hombre, con lo que automáticamente dejarían de existir países imperialistas y países explotados. Y simultáneamente,se procuraría armonizar Naturaleza y técnica de forma que ésta, aprovechando los desperdicios orgánicos, pudiera cerrar el ciclo de producción de manera racional y ordenada.
Tales conquistas y tales frenos, de los cuales apenas se advierten atisbos en los países mejor organizados, imprimiría a la vida del hombre un sentido distinto y alumbrarían una sociedad estable, donde la economía no fuese el eje de nuestros desvelos y se diese preferencia a otros valores específlicamente humanos.


Fragmento del discurso que dio el Sr. Miguel Delibes. 25 de mayo de 1975, con motivo de su ingreso en la Real Academia Española de la Lengua.
¿Que más podemos decir? Que yo, Sr. Delibes, firmo, aunque, como él comentaba, todo ello tenga ribetes utópicos, es un camino. El camino... Y como Daniel, el Mochuelo, no queremos irnos, ni cejar, ni que decidan cómo y lo que tenemos que hacer. Equivocarnos para aprender y aprender que podemos equivocarnos...

mariotimom@hotmail.com



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