Un tejo más antiguo que las pirámides.
El tejo, muy anterior a la iglesia de St Cynog's, preside el camposanto de Sennybridge.
Este monumental árbol que crece junto a una iglesia de Gales tiene 5.000 años y es el más viejo de Europa. Lo confirma su ADN.
BORJA OLAIZOLA
17 julio 2014
Estremece pensar que cuando el tejo que crece ahora junto a la iglesia de St Cynog's, en Gales, desplegó sus primeras ramas los egipcios ni siquiera habían empezado a poner los cimientos de las pirámides. La última prueba sobre su edad ha confirmado que tenía ya 3.000 años cuando Jesús nació. El árbol tiene dos troncos, uno de ellos de doce metros de diámetro, y una enorme copa que cobija decenas de sepulturas del cementerio que hay junto a la iglesia. Los vecinos de Sennybridge, la pequeña población a la que presta servicio la iglesia de St Cynog's, ya sospechaban que era muy viejo, pero no hasta el punto de alcanzar los 5.000 años. El resultado de los estudios realizados, que combinaban pruebas de ADN con un recuento de los anillos del tronco, confirmó hace un par de semanas que es el árbol de más edad localizado hasta ahora en Europa. Es cierto que en Suecia hay otro vegetal al que se le atribuyen casi 9.500 años, pero se trata de una conífera que ha sobrevivido a ras de suelo la mayor parte de su vida y que solo ahora con el calentamiento del clima está empezando a dejar de ser un arbusto rastrero.
Además de longevos y resistentes, los tejos son los últimos vestigios de una cultura pagana que se extendió por todo el arco atlántico mucho antes de la llegada del cristianismo. La vida de aquellas primitivas comunidades giraba en torno a ellos. El naturalista Ignacio Abella, autor de 'La cultura del tejo', un libro que indaga en el significado que tuvo el árbol, recuerda que «la vida de los hombres transcurría alrededor de estos 'inmortales' que daban cohesión y sentido a la propia existencia individual y colectiva. Parece que estos árboles hubieran reunido todas las funciones sociales constituyendo el lugar de encuentro para la tribu, la parroquia o el municipio. Y aún es posible visualizar en muchos pueblos cómo al tejo junto al cementerio se le fueron desgajando algunas de aquellas funciones y a su alrededor nacería el templo de piedra que marcaba el punto de inflexión en el que el cristianismo se asentaba sobre los viejos cultos al árbol».
El tejo de St Cynog's que tanta curiosidad suscita ahora se ajusta como anillo al dedo al canon que describe Abella. Su ubicación al lado de una iglesia y en medio de un camposanto de cuyo origen no hay memoria demostraría que era uno de los epicentros de la comunidad antes de la llegada de la nueva religión. «Al pie de los tejos vivían los muertos», escribe Abella, que recuerda que «los camposantos eran centros sagrados habitados por el árbol vivo y frondoso». El naturalista indica además que hay testimonios de que «alrededor de aquellos árboles matrices se celebraron las fiestas, bodas, bautizos y enterramientos, y todos los actos trascendentes para las comunidades que se acogieron a su campo sagrado».
Madera para arcos
La Iglesia aprovechó la veneración que los tejos inspiraban en la población para edificar sus templos alrededor de los ejemplares más señalados. Es decir, que los ancestros de los feligreses que ahora rezan en la capilla de St Cynog's se arrodillaron con anterioridad durante siglos alrededor de su vecino tejo. Pero la importancia de la especie no se reduce a su condición de antigua divinidad arbórea. En poder del llamado 'Hombre de Ötzi', aquel cuerpo que apareció debido al deshielo de un glaciar en Suiza, se halló un arco y un mango de hacha tallados con madera de tejo. El ejemplar milenario de Gales y el cuerpo rescatado del hielo serían de la misma época, lo que indica que ya entonces el tejo era una especie apreciada también desde el punto de vista estratégico. El empleo de arcos de madera de tejo, más potentes y de mayor alcance que los confeccionados con otros árboles, decidió el resultado de muchas batallas medievales y causó también la desaparición de grandes extensiones de bosques en toda Europa.
La cultura del tejo tuvo una destacada presencia en la cornisa cantábrica, tal y como lo atestiguan los ejemplares que sobreviven en Cantabria, Galicia y, sobre todo, Asturias. El naturalista Abella censó en su libro 250 ejemplares de iglesia o ermita en esa última comunidad, «la región europea con un mayor número de tejos 'cultos' en relación a su territorio». El 'texu' es el árbol totémico de la cultura astur y el Gobierno autonómico no ha tenido más remedio que reconocerlo dando protección a algunos de ellos después de la polémica suscitada por unas obras que hicieron temer por la vida del de Abamia, ubicado junto a la iglesia románica de Santa Eulalia, en Cangas de Onís.
«El tejo es la estampa/del tiempo;/es el guía del Sol, el reloj de la Luna/y el guardian de los muertos», dejó escrito Enrique García Trinidad a propósito del respeto que siguen despertando los ejemplares más venerables en Asturias. Entre los más conocidos en Galicia está el de Pontedeume, que aparece en las novelas de Emilia Pardo Bazán y a cuya sombra se reunió el Gobierno de Casares Quiroga en la Segunda República. Durante años fue podado al dictado de los gustos de la época, de forma que se dividió en tres alturas a las que se accedía por una escalera de caracol. «La primera planta era una glorieta con un banco en su perímetro exterior, en la segunda planta, ya sobre las ramas, había una mesa circular adosada al tronco y en lo más alto, un mirador», escribe Abello. No ha sido el único modificado por el hombre: en la localidad normanda de Haye de Routot, en Francia, se ha acondicionado en el interior del tronco de un ejemplar milenario una capilla dedicada a Saint Anne des Ifs (Santa Ana de los tejos) que tiene hasta puerta.